En una de mis primeras experiencias pastorales me encontré con una pregunta de difícil enfoque. Estaba enseñándole a un grupo sobre la oración, sobre la importancia de abrirse para escuchar a Dios. Después del encuentro, uno de estos jóvenes me buscó y me preguntó "¿cómo suena la voz de Dios?". Él creía que era posible rezar, pero no tenía una experiencia clara de esto, aún menos de un diálogo.
¿Cuál es el tono de voz de Dios? ¿De qué cosas Él habla? ¿Cómo saber si realmente Lo estoy oyendo?
San Ignacio, cuando desarrolla los Ejercicios Espirituales, destaca la importancia de hacer silencio. El sentido es desarrollar un lenguaje "propio" para comunicarse con Dios. Es como cuando pasamos mucho tiempo con un amigo y llega un punto en el cual no tenemos que hablar, pues solamente un gesto, una mirada o incluso un suspiro pueden expresar lo suficiente para quien nos conoce bien. Así, el "tono de voz" de Dios es algo que no se puede explicar solamente con palabras, debe ser experimentado, debe ser descubierto en la oración. No puede ser simplemente teorizado, debe ser experiencia. Continuando con la analogía del amigo: no sirve de nada hacer un manual de signos para interpretar gestos; es necesaria la convivencia, el encuentro profundo, para descifrar ese lenguaje tan particular.
Santa Teresa dice que orar es "tratar de amistad – estando muchas veces tratando a solas – con Quien sabemos que nos ama"*. En este sentido, saber orar es comenzar sin miedo este diálogo. Si no nos arriesgamos a desarrollar esta relación, nunca conoceremos lo que significa tal encuentro. A veces Dios habla también en el silencio, enseñándonos a esperar, a ser pacientes. A veces es muy claro y despierta en el corazón una moción que nos conduce a encontrar quiénes somos y cómo ser felices. En otras ocasiones, nos fortalece para perseverar.
Vale la pena destacar dos elementos de la frase de Santa Teresa: "estar muchas veces" y "tratar a solas" con Dios. Saber rezar es en el fondo desarrollar una relación. Saber rezar es pasar mucho tiempo a solas con Dios. Saber rezar es simplemente "tratar de amistad". Sabemos por experiencia que para desarrollar una amistad no hay fórmulas autónomas. Así, los métodos y los medios para la oración son buenos y útiles, pero solo en la medida en que permitan profundizar la relación con Dios, crecer en la amistad con Él.
Finalmente, para saber cómo rezar, talvez valga la pena recordar lo que Jesús respondió cuando sus discípulos le preguntaron esto mismo a Él. Los Evangelios atestiguan el Padre Nuestro. Siguiendo la propuesta de Santa Teresa, podemos parar y degustar lo que significa poder acercarnos a Dios como Padre. Talvez, reflexionar en particular que Él nos proponga llamarlo no solamente "Padre", sino "Padre nuestro". También el hecho de manifestar nuestro deseo de estar cerca de Él (en las primeras tres peticiones), o nuestra necesidad de ser atendidos por su providencia de Padre (las cuatro últimas peticiones) **.
* Citado en el número 2709 del Catecismo de la Iglesia Católica.
** El Catecismo de la Iglesia Católica, del número 2759 al 2865, dedica una bellísima sección que profundiza el Padre Nuestro, el "resumen de todo el Evangelio".
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