La muerte, como el nacimiento, son fenómenos naturales inherentes a la condición humana. Ambos incluyen una serie de factores, tales como sociales, culturales, biológicos, psicológicos, emocionales y espirituales. Talvez, a lo largo de la vida humana, estos dos eventos sean los que producen más emoción.
El miedo de morir es algo mucho más comprensible, pero el miedo de vivir a veces no está muy claro, a pesar de que sepamos que en nuestra vida hay desafíos y enfrentamientos que nos generan temor, miedo. Por eso creo en la frase: “Quien tiene miedo de morir, tiene miedo de vivir”, pues las dos realidades están entrelazadas. Pero ¿qué quiere decir esta frase? Yo la interpreto a partir de la perspectiva amplia de la palabra muerte, o sea, todas las adversidades que la vida trae, desafíos, tragedias, decepciones. O sea, si no se vive con espíritu de sacrificio, no podremos librarnos del miedo del fracaso, de morir.
Entonces, ¿qué hacer? En primer lugar, no tener miedo a la verdad sobre nosotros mismos: esta verdad, sin duda ninguna, requiere ver en el espejo nuestra debilidad, nuestra miseria e incluso nuestros pecados más vergonzosos y terribles. Sin embargo, no se queda ahí, requiere sobre todo ir más allá, mirar y caminar en la dirección de nuestro destino, en el cual nuestra dignidad como personas se realizará. Mirar y aceptar qué es cada uno de verdad, da miedo, asusta, porque es como una intensa luz que quiere arrancar nuestras tinieblas, porque de este conocimiento viene inevitablemente la gran exigencia de ser lo que cada uno es de verdad, de entregarse con sacrificios para lo que está llamado a ser.
Para iluminar más cómo enfrentar nuestros miedos, y en última instancia a no tener miedo de vivir y de morir, quiero presentar sucintamente lo que pienso sobre lo que puede enseñarnos el primer encuentro del Señor Jesús con el apóstol Pedro.
En este fragmento vemos como Pedro, después de haber pasado toda la noche pescando, sin ningún resultado, se encuentra con el Señor Jesús. Él sube a la barca y le pide a Pedro que se aleje un poco de la tierra, para poder hablarle a la multitud que se había congregado. Al terminar de hablar, el Señor le dijo a Pedro: “Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar” (Lc 5, 4). Fue así que Pedro, incluso con la experiencia del reciente fracaso y cansancio, confió en el Señor y en su palabra, y se lanzó nuevamente al mar para pescar. ¿Pedro en ese momento no habrá tenido temor o dudas? Yo creo que si. El resultado de esta pesca milagrosa fue que Pedro se lanzó a los pies de Jesús diciendo: “Apártate de mí, Señor, porque soy un hombre pecador” (Lc 5, 8). Pedro entendió que el Señor Jesús es un hombre santo, un hombre enviado por Dios, y que, solamente después de mirar para Él, descubrió la verdad sobre si mismo. El Señor siempre va más allá de nuestra experiencia. Esto también puede generar en nosotros una experiencia de miedo, miedo de descubrir lo más profundo y oculto que hay en nuestro corazón. Es por eso, por lo que estas palabras: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres” buscan infundir ánimo y el coraje necesario para que Pedro se decida a asumir su propia grandeza: él es más que sus pecados y miserias, su valor más alto es el amor del propio Señor.
Dante Carrasco Aragón - Sodalicio de Vida Cristiana
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